A pesar de los quehaceres y cuidados que me retienen en Madrid casi de continuo, todavía suelo ir de vez en cuando a Villabermeja y a otros lugares de Andalucía, a pasar cortas temporadas de uno o dos meses. Esto nos movió a hablar del Comendador Mendoza. Juan- el vulgo lee ya El Citador y otros libros y periódicos libre-pensadores. Resulta, pues, que, a pesar de que vivimos ya en la edad de la razón y se supone que la de la fe ha pasado, no hay mujer bermejina que se aventure a subir a los desvanes de la casa de los Mendozas sin bajar gritando y afirmando a veces que ha visto al Comendador, y apenas hay hombre que suba solo a dichos desvanes sin hacer un grande esfuerzo de voluntad para vencer o disimular el miedo.
Sirviéndome de este material y, como inicio para mi trabajo, realizaré un glosa de aquellas lecturas desviadas del arrepentido previsto y programado en el genuino texto, es decir, de las interpretaciones aberrantes atribuidas a la poesía y que, estrictamente, no se adecuan a los límites de significado marcados por ella. Pero sigamos observando el cielo en esa bella noche de estío. Ambos miembros de la pareja de paseantes llevan gafas, aunque graduadas de diferente manera. Cuando ambos dirigen su vista al cielo y tratan de unir con líneas imaginarias esos puntitos brillantes, se encuentran terriblemente condicionados por la visión que les marca cada tipo de lente. Así, donde individuo ve la forma de una birlocha, el otro no duda en negarlo y defender que se trata de una araña. Uno de los paseantes es una mujer, el otro un hombre.
Porque tiene Vd. Ayer nos siguió, nos espió y arrebatada por los achares, dice, en un momento de anormalidad y de extravío, fue y le sopló todo al conde. Entretanto, ocupémosnos de su asunto. Nosotros somos los desafiados, nosotros elegimos, dije como hablando solo. Muchas fueron las balas que gasté, pero llegué, a la larga, a adquirir cierta baquía, cierto acierto, cuya aplicación al caso puede actuar hoy si la ocasión se presenta y le parece. Lo mismo es Chana que Juana, dije, dejando arriar sobre mi mesa de luz los nombres de esos caballeros. Pero como el código manda que sean dos y como el conde los tiene, sería poco lucido que se presentara Vd. J'ai mon homme.