Tengamos juicio. Oyóse el estridente correrse del pestillo, entreabrióse la puerta, y, merced a la luz que cada interlocutor tenía en su cuarto, pudieron ambos verse perfectamente. La puerta quedó separada de su marco cosa de un palmo, y por aquel espacio alargó don Juan ambas manos, estrechando entre ellas una de Cristeta, que ésta tuvo la caridad de no retirar. La alegría retratada en el rostro de don Juan le acusaba claramente de mentiroso.
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Paso d el tiempo, sin bloqueo, los medios finos prevalecieron por sobre los groseros. O en todo. Albur, los medios groseros terminaron p or convertirse en otra cosa. Fueron redimidos, lamentablemente. Como si tuvieran alguna delito, y quedaron desplazados, al punto que no hay admir ador de Godard que los recuerde. Busquen poco. En los himnos que se l e dedican. Les apuesto. Lo que quieran.