Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables. Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos. Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento, de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones. Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad. La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez.
Preparación cristiana para la muerte Siempre ha sido costumbre y un deseo beata, tanto por parte de quien muere como de sus deudos, que la muerte acontezca en la propia apartamento, y así poder «rematar a los seres queridos». Era un tono de orgullo familiar poder acompañar a sus mayores hasta el mismo momento que les llegaba la muerte, y esto lo consideraban un deber de equidad y filiación, de tal manera que, si alguien moría fuera, era achaque visto ante la sociedad. El abad se desplazaba hasta la casa del agonizante y lo confesaba. Muchas veces ya estaba falto de capacidad para hacer esta función y entonces el sacerdote le daba la absolución, después de incitarlo a contrición. En la parroquia existía un campanillo que señalaba a toda la vecindad que se iba a administrar su divina Grandeza y, acompañados de los cofrades del Santísimo Sacramento, con faroles encendidos, se formaba una procesión, que la encabezaba un monaguillo tocando una campanilla. Se preparaba una mesita que se cubría de un manto blanco. Sobre ella se colocaban dos velas en sus candelabros, un crucifijo, un vasito o pequeño recipiente con agua y un purificador con que el sacerdote purificarse sus dedos después de dar la sagrada comunión, algunas flores, bien naturales o artificiales. Hemos recogido de una persona de Pozoblanco la oración de la agonía que se rezaba, cuando un familiar o vecino estaba en el momento de expirar. Sólo sé que en el cielo han de entrar puras las almas.
Enero mojado, bueno para el tiempo y malo para el ganado. En enero, ni galgo liebrero ni halcón perdiguero. De flor de enero nadie hinche el granero. Pollo de enero, cabestrante o dinero. O se mueren o se venden caros. El mes de enero es como buen caballero. Como empieza acaba. En febrero, un rato al sol, y otro Cuando llueve por febrero, todo el año ha tempero.