La claridad da de lleno en un objeto maravilloso. Es una placa cuadrilonga de unos diez centímetros de altura. Tendido el cabello color de miel por los hombros, rodea la cabeza diadema de diamantillos, sólo visibles por la chispa de luz que lanzan. La mano derecha de la figurita descansa en una rueda de oro obscuro, erizada de puntas, como el lomo de un pez de aletas erectas. En sillones forrados de yute desteñido, ocupan puesto alrededor de la mesa tres personas.
Había sido una semana y media intensa, y no solo emocionalmente hablando. No, tenía un par de heridas nuevas, pero precisamente eso era lo que provocaba una gran sonrisa en mi rostro. Satisfecha, también por haber conocido a alguien nuevo, entré en la posada que habíamos acordado la aeronauta y yo como punto de encuentro. Mi postura era recta, elegante, mis ojos algo altivos. Pero mi berrido denotaba amabilidad, muy alejada de la soberbia o la prepotencia. Le tenían aprecio y probablemente por eso no quisieran darme la información. Tiene vistas al distrito comercial, es tranquila- me dijo mientras ponía la llave en mi mano. Suspiré algo contrariada.